La celebración de los Juegos de Invierno en Sochi en un contexto de medidas represivas a la diversidad afectivo-sexual por parte del régimen de Vladimir Putin, ha vuelto a poner de relieve un tema importante para todas las personas Lesbianas, gays, transexuales y bisexuales: la visibilidad.
El abanderado del equipo español y campeón de Europa de patinaje, Javier Fernández, preguntado en una entrevista sobre las leyes “antigays” del Kremlin, afirmaba textualmente que “los Juegos son deporte y no política. Yo tengo mi opinión y no me meto en lo que piense cada uno, aunque creo que, quieras o no, hay que respetar las leyes del país que visitas. Tampoco me parece un gran dilema. Mejor que los homosexuales se corten un poco estos días de los Juegos y luego que sigan con su vida”.
Más tarde, a través de su cuenta de Twitter y ante el alud de quejas, responsabilizaba al periodista por no reflejar con exactitud sus palabras. Desconozco cuales eran las palabras malinterpretadas. Desconozco si se refiere a las que afirmaban que el deporte es ajeno a la política (todo es política, y más cuando los juegos son usados como instrumento de política), o si se refiere a la necesidad de respetar las leyes de cada país (¿incluso si las leyes son contrarias al espíritu olímpico de respeto y no discriminación?). Quizás no consideraba mal transcritas esas palabras sino las que recomienda que los homosexuales se “corten” un poco durante la celebración de los juegos.
Realmente da igual. Más allá de las declaraciones desafortunadas lo que se pone sobre la mesa es un debate que viene de lejos y que está presente en todo el mundo. El debate de la visibilidad de las personas lesbianas, gays, transexuales y bisexuales.
Este debate es el que se esconde detrás de las opiniones contrarias por la celebración del Orgullo LGTB aludiendo que no se celebra un Orgullo Heterosexual; o el que reprueba que ciertas personas nos identifiquemos públicamente como lesbianas, gays, transexuales o bisexuales, en vez de guardarlo en nuestra intimidad. Personalmente cuando días antes de las elecciones me presenté públicamente como homosexual también recibí mi ración de críticas. El candidato de UPyD llegó a calificar mi visibilidad de “vergonzosa y oportunista”.
Que no nos líen. La visibilidad es nuestra mejor arma, como sociedad, para defendernos de visiones uniformizadoras y opresoras. Vergonzoso, creo, sería tener a mano una gran arma contra la homofobia y no hacer uso de ella. Que nos vean como personas gays, lesbianas, trans o bi, visualiza una sociedad plural, diversa y donde la orientación sexual no tiene porqué ser un límite para ser diputado, médico o deportista. Está demostrado que buena parte del cambio de las actitudes hacia la homosexualidad viene producido por tener referentes cercanos que se identifican como tales.
Personalmente, tengo claro que si durante mi infancia hubiese tenido referentes LGTB visibles, me habría facilitado mucho mi propia aceptación como gay. En el momento de defender la visibilidad, pienso en los miles de jóvenes que sufren en nuestros colegios e institutos el acoso por su orientación afectivo-sexual o, simplemente, porque se les supone diferentes respecto al resto de compañeros.
Las leyes rusas atacan la visibilidad precisamente por su potencial como palanca de cambio en la sociedad. Por eso mismo prohibiciones similares están vigentes en 8 estados de EEUU. Pero antes de adoptar una actitud de superioridad desde los avances legislativos y sociales que hemos conseguido en nuestra sociedad, deberíamos concienciarnos que el debate sigue presente en nuestros barrios, pueblos y ciudades. Como sigue presente la homofobia y las agresiones físicas y verbales a las personas LGTB.
Todo ello son motivos para continuar en nuestra lucha con nuestras armas. Y lo último que podemos hacer es “cortarnos” y renunciar a nuestra mejor arma. Yo, personalmente, no me lo podría perdonar.